miércoles, 5 de marzo de 2014
EL MAESTRO DE OSKAR
Y hoy Oskar dice simplemente: la mariposa tocaba el tambor. He oído tocar el tambor a conejos, a zorros y marmotas. Tocando el tambor, las ranas pueden concitar una tempestad. Dicen del pájaro carpintero que, tocando el tambor, hace salir a los gusanos de sus escondites. Y finalmente, el hombre toca el bombo, los platillos, atabales y tambores. Habla de revólveres de tambor, de fuego de tambor; con el tambor se saca a la gente de sus casas, al son del tambor se la congrega y al son del tambor se la manda a la tumba. Esto lo hacen, tocando el tambor, niños y muchachos. Pero hay también compositores que escriben conciertos para cuerdas y batería. Me permito recordar la Grande y la Pequeña Retreta y señalar asimismo los intentos de Oskar hasta el presente: pues bien, todo esto es nada comparado con la orgía tamborística que en ocasión de mi nacimiento ejecutó la mariposa nocturna con las dos sencillas bombillas de sesenta vatios. Tal vez haya negros en lo más oscuro del África, o algunos en América que no han olvidado al África todavía; tal vez les sea dado a estas gentes rítmicamente organizadas poder tocar el tambor en forma disciplinada y desencadenada a la vez, igual o de modo parecido al de mi mariposa, o imitando mariposas africanas, las cuales, como es sabido, son más grandes y más hermosas que las mariposas de la Europa Oriental: por mi parte debo atenerme a mis cánones europeos-orientales y contentarme con aquella mariposa no muy grande, empolvada y parduzca de la hora de mi nacimiento, a la que llamo el maestro de Oskar.
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