jueves, 24 de julio de 2014

LA CONJURATION DES BÂTARDS



-Éramos un gran, gran secreto -dijo su padre detrás de él. Lloraba-. Las semillas de la siguiente ola de inteligencia soviética. Los gulags estaban llenos de mujeres, disidentes políticas a las que no les dejaban quedarse con sus hijos. Nuestros padres eran o bien otros disidentes, o bien guardias de prisión que fecundaban a las mujeres. Nuestras madres podían vernos una vez al mes y durante una hora hasta cumplir dos años; luego no nos volvían a ver nunca más. La mayoría de los niños acababan en campos de trabajo o de reeducación. Alexander Bast fue por los campos. Averiguó qué prisioneras tenían los cocientes intelectuales más altos. Les hizo pruebas legítimas, ya que los soviéticos alegaban que los disidentes eran enfermos mentales y que tenían cocientes intelectuales bajos. También les realizó pruebas a sus hijos de dos años y se llevó a un grupo de nosotros.

-Bast era de la CIA.

-Y del KGB. Era un agente doble aliado con el KGB. Su lealtad era hacia la URSS. Le tomaba el pelo a la CIA.

Evan tocó la pantalla, la foto de su madre.

-Os transformó en pequeños estadounidenses.

-Los soviéticos construyeron en Ucrania una réplica de una ciudad americana. Se llamaba Clifton. Bast tenía otro complejo cerca de allí. Teníamos los mejores profesores de inglés y de francés, hablábamos como nativos. Incluso nos enseñaron a imitar los acentos: del sur, de Nueva Inglaterra, de Nueva Jersey... -Mitchell carraspeó-. Incluso teníamos libros de texto estadounidenses, aunque nuestros instructores se apresuraban a subrayar la falsedad de occidente a favor de la verdad soviética. Y desde temprana edad nos enseñaron técnicas profesionales: cómo luchar, si era necesario; cómo matar; cómo mentir; cómo espiar; cómo vivir una doble vida. Crecimos en un constante entrenamiento, programados para el éxito, para no tener miedo y para ser los mejores.

Evan rodeó a su padre con el brazo.

-En esa época la inteligencia soviética estaba patas arriba -dijo Mitchell-. El FBI y la CIA seguían desbaratando y acabando con operaciones y agentes soviétics en los Estados Unidos. Esto se debía a que muchos de los agentes nacidos en los Estados Unidos tenían lazos con el partido comunista antes de la Segunda Guerra Mundial. Y si eras un diplomático soviético, el FBI y la CIA sabían que probablemente eras del KGB; esto ataba de manos y pies a los espías constantemente. Los ilegales, es decir, los espías que vivían bajo una gran protección, tenían más éxito. O al menos esto le vendió Bast al escalón más alto del KGB. Muy pocos conocían el programa. Se identificó bajo un programa de entrenamiento llamado "Cuna" en los documentos y en los informes presupuestarios, y le dieron un perfil extremadamente bajo. Nadie podía saberlo. La inversión que se habría perdido hubiese sido demasiada, mucho más elevada que para entrenar a un agente adulto.

-Luego Bast os trajo al orfanato en Ohio.

-Lo compró. Nos dio nombres e identidades nuevas...

-Y rápidamente destruyó el orfanato y el palacio de justicia, dándoos una alternativa por si alguna vez se cuestionaban vuestros documentos de identidad. Y una nueva fuente de identidades para cuando las necesitase.

Mitchell asintió.

-Para crecer y ser espías.

No hay comentarios:

Publicar un comentario